Archivo diario: 24 febrero 2009

No pararemos nunca de follar, perdón, de hacer el amor…

Él dice que no pararemos nunca de follar, perdón, de hacer el amor… ja!! y ¿se supone que debo creerme tal afirmación?. Si todos hacen igual, se quejan de que las mujeres no están a su altura en cuanto a «ganas» y cuando dan conmigo acaban con la lengua fuera y pidiendo «papas».

Ya me pasó con mi primer marido, que en la luna de miel me suelta «tenía razón mi amigo que decía que después de casado hay que hacer el amor por obligación«… me quedé mirándolo con cara de asombro, pues si me soltaba tal afirmación tras cuatro días de casados ¿qué demonios de vida sexual me esperaba a mi durante ese matrimonio?. Así duró…, lo que duró «dura»… o sea, visto y no visto. Y es que yo lo tenía claro, si con 22 lo hacía una vez al mes ¿¿cada cuanto lo haría cuando tuviese 30??. Y digan lo que digan, para mi el sexo es la parte más importante de una relación… para lo demás ya están los amigos y la familia; ¿¿¿para que demonios quiero sino un marido???… para follar, está claro.

Y llegó el segundo marido. Yo que oía siempre a mis amigas quejarse de las ganas de sus parejas pensaba que sería muy difícil el no superar la experiencia con el primero. O sea, de todas que llevaba las de ganar. Ja!!.

Y eso que esa vez escogí uno con pinta de machito, de tipo duro. Pero ni por esas. Desde luego que batí récords… los récords que había establecido mi primer marido en no hacerlo. Entenderéis que me parta de risa cuando salen las encuestas en la televisión sobre cada cuanto hacen el amor los españoles; me encantaría que me hubiesen preguntado a mi por aquel entonces.

Si con el primero me quejaba de hacerlo tan solo una vez al mes, con el segundo eso ya era una bicoca. Cada dos meses…, cada medio año…, ¡¡dos años sin hacerlo!!… eso para mi ya fue el «novamás» y tomé cartas en el asunto. Joer! si estaba segura de que hasta mis padres tenían una vida sexual mucho más intensa que la mía (cosa que confirmé hablando con mi padre).

Teníais que haber oído la conversación con mi padre cuando le consulté sobre el tema. Estábamos en un restaurante de eses que hasta se le oye a uno respirar de lo educadita que es la gente y lo bajito que hablan. Y en eso mi carcajada rompe el reverenciado silencio. ¿Por qué?… mi padre me había dicho que visto el problema… igual mi marido era gay. Yo no podía parar de reir. Desde luego mi padre tenía claro que el problema no era yo y «no era porque fuese su hija, pero yo estaba de buen ver»… o sea, que el problema solo podía estar en mi par.

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Así que pillé por banda al bendito en cuestión y le pregunté si alguna vez se le había pasado por la cabeza tener algo con otro hombre. Flipó. Yo le insistí. Le dije que igual tenía dichas inclinaciones y todavía no lo sabía. Vamos!! ya podeis imaginarme intentando convencer a mi segundo marido de que era gay.

Él, al ver que yo estaba dispuesta a romper nuestro matrimonio por la falta de folleteo, propuso ir a terapia de pareja, y accedí… que no se dijese que yo no intentaba solucionar la cuestión. Y de nuevo ¡¡ja!!. Resulta que con la presión empezó a tener un problema añadido… y es que acababa antes de tan siquiera empezar. Yo alucinaba. Yo a pan y agua años y años y ahora resulta que tenía que tener mil atenciones con él porque el pobrecito no aguantaba la presión… Sí, la terapeuta, como parte de la terapia para el nuevo problema, le mandó comprar una vagina en un sex-shop para que practicase con ella… Con la vagina en cuestión mi segundo marido no tenía problemas, sin embargo y a pesar de todito el empeño que él ponía… no podía ni rozarme que…

Y a todo esto, parece que es que yo les pedía mucho, pero ¿es mucho una vez al día?… ya que no podían ser más… Pero es que no lo puedo evitar. Para mi los hombres son el manjar más delicioso que existe sobre el planeta Tierra. Cuanto más los pruebo, más me gustan y más hambre tengo. Me enloquece tocarlos, acariciarlos, lamerlos, besarlos, volverlos locos, y es que… soy una fiera en la cama.

Próximo turno para: M – Daniela – Activo

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Sonvak y yo, somos el uno para el otro.

Y esta vez acertaba, seguro. Iba a ser mi cuarto intento, la cuarta vez que confiaba en  que mi relación de pareja saliera bien, que fuese definitiva, que no se marchitara poco a poco, día a día. Pero las tres veces anteriores fueron grandes fracasos y tuve que tomar la decisión de romper, de finalizar cada matrimonio antes de que la cosa fuese a mayores.

 

Y la culpa la tuvo mi madre. O yo por creerle.

 

Hace tiempo, cuando todavía era adolescente, mientras comenzaba a pelar la pava con mi primera novieta, mi madre se sintió en la tentación de ejercer de “madre-madre” y regalarme algunos consejos de esos que no tienen precio y recuerdas durante toda tu vida.

 

       Mira hijo, a tu edad te ves muy atraído por el físico de las chicas, por la novedad de un cuerpo distinto, diferente.Pero tienes que ser más maduro, más listo y buscar la inteligencia, el carácter, otras cosas más importantes que el físico porque luego, en la cama, con la luz apagada, todas son iguales…

 

‘Dita sea con el «todas son iguales». Yo, como el consejo venía de mi santa madre a la que adoraba y reverenciaba, me lo creí a pies juntillas y actué en consecuencia  en el futuro. Y así me fue.

 

Mi primera esposa, Elvira, fue una mujer inteligente, lista, con estudios, un recio carácter bien forjado, y una prometedora carrera profesional. Y más fea que el pegar a un padre. Una morena casi desagradable de lo fea que era. Pero recordaba los consejos de mi madre y creí que no tendría importancia. Nos casamos y pronto descubrí que los deportes de cama no le iban mucho, dicho así por ser fino, ya que la realidad era que los aborrecía  y entre que no quería y que tampoco motivaba y con la desesperación que da la urgencia no satisfecha, me convertí en un compulsivo practicante del sano deporte de Onán. Ante el resto de mis amigos intentaba explicar que la musculatura del brazo derecho era consecuencia de mis clases intensivas de tenis, pero creo que alguno se olió la verdad. Cuando no pude más, me divorcié quitándome un peso de encima.

 

Un tiempo después conocí a Sofía, que se convertiría en mi segunda esposa. Esta vez además de inteligente, lista, etc., era guapa. Una castaña de pelo larguísimo, preciosa. Muy guapa. Y parecía que el sexo le gustaba. Nuestra relación de convivencia empezó bien, pero algo debí de hacer mal pues en cuanto nació nuestro primer hijo, aquello dejó de interesarle. No me lo podía creer. De la noche a la mañana perdió totalmente las ganas y buscaba excusas constantemente para huir de mis atenciones. La situación se me hizo nuevamente insoportable ya que finalmente cualquier mujer por la calle era una tentación y yo iba permanentemente caliente como un mono. Quizá los comentarios que realizaba a las compañeras en el trabajo, o los chistes que contaba, hicieron que mi situación comenzara a trascender empezando a sobrellevar una fama de salido de aquí te espero. Y hubo un momento en que ya no pude más y decidí poner fin a aquello. Segundo divorcio y el brazo como el de Conan.

 

Harto, decidí que lo mío no tenía remedio. Se habían acabado las bodas y las tonterías. Dos fracasos eran más que suficientes… Hasta que conocí a Eva. Rubia, ojos azules, cuerpo de escándalo y tonta. Tonta de remate. Era una mujer florero, preciosa pero no llegaba más allá. Pensé que podía ser lo ideal después de las dos experiencias anteriores. La verdad es que su figura de escándalo, su forma de moverse, la ingenuidad de su mirada me hizo perder la cabeza. Y al final, pasé nuevamente por el juzgado. A la tercera va la vencida, me dije. Esta vez no podía fallar… Ni follar. La tonta, maldita sea, se dio cuenta del poder que tenía sobre mí cuando se abría de piernas… y decidió cerrarlas. Únicamente con algunas” llaves”: regalitos, viajes, caprichos, se podía abrir aquel cerrojo. Y yo cada vez con más ganas, pocas posibilidades y menos dinero. Además de no conseguir nada, me estaba arruinando. Capacitado ya para presentarme al concurso del brazo más musculoso del mundo,  conseguí, al final, tras un verdadero esfuerzo, mandarla a paseo y obtener el nuevo divorcio.

 

Pasó el tiempo y poco a poco volví a retomar una vida más rutinaria, tranquila, con el brazo más relajado gracias a la asistencia de profesionales que calmaban mi ansiedad a cambio de una tarifa fija pactada. Pero he debido de nacer para casado porque, pese a tener cubiertas mis necesidades materiales con una combinación ideal ensamblada a base de varias féminas: asistenta más prostituta (sin líos, ni rollos, ni discusiones, sin implicaciones emocionales, ni chantajes, la casa siempre limpia, las camisas planchadas, y lo más importante, sin negativas) parecía que algo me faltaba. Y es que siempre he dicho que, en el fondo, soy un romántico y empezaba a añorar una compañera.

 

Así que un día,  mi amiga Montse, me presentó a una conocida suya y creo que de todos vosotros. Para evitar que la podáis identificar, pues ella no sabe nada aún, la llamaré por el acrónimo “Sonvak”. No os la voy a describir pues, insisto,  todos la conocéis, pero es un cañón de mujer. Tiene el trato amable, es inteligente, dulce y simpática. Está o estará próximamente soltera. Además, he estado leyendo varios escritos suyos y he visto parte de su obra, lo cual me ha animado mucho pues  estoy convencido de que esta vez acierto porque creo que Sonvak y yo, somos el uno para el otro. Aún no lo sospecha pero nos casaremos, seremos felices, comeremos perdices y pote y percebes y no pararemos nunca de follar, perdón, de hacer el amor.

 

 

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