Él dice que no pararemos nunca de follar, perdón, de hacer el amor… ja!! y ¿se supone que debo creerme tal afirmación?. Si todos hacen igual, se quejan de que las mujeres no están a su altura en cuanto a «ganas» y cuando dan conmigo acaban con la lengua fuera y pidiendo «papas».
Ya me pasó con mi primer marido, que en la luna de miel me suelta «tenía razón mi amigo que decía que después de casado hay que hacer el amor por obligación«… me quedé mirándolo con cara de asombro, pues si me soltaba tal afirmación tras cuatro días de casados ¿qué demonios de vida sexual me esperaba a mi durante ese matrimonio?. Así duró…, lo que duró «dura»… o sea, visto y no visto. Y es que yo lo tenía claro, si con 22 lo hacía una vez al mes ¿¿cada cuanto lo haría cuando tuviese 30??. Y digan lo que digan, para mi el sexo es la parte más importante de una relación… para lo demás ya están los amigos y la familia; ¿¿¿para que demonios quiero sino un marido???… para follar, está claro.
Y llegó el segundo marido. Yo que oía siempre a mis amigas quejarse de las ganas de sus parejas pensaba que sería muy difícil el no superar la experiencia con el primero. O sea, de todas que llevaba las de ganar. Ja!!.
Y eso que esa vez escogí uno con pinta de machito, de tipo duro. Pero ni por esas. Desde luego que batí récords… los récords que había establecido mi primer marido en no hacerlo. Entenderéis que me parta de risa cuando salen las encuestas en la televisión sobre cada cuanto hacen el amor los españoles; me encantaría que me hubiesen preguntado a mi por aquel entonces.
Si con el primero me quejaba de hacerlo tan solo una vez al mes, con el segundo eso ya era una bicoca. Cada dos meses…, cada medio año…, ¡¡dos años sin hacerlo!!… eso para mi ya fue el «novamás» y tomé cartas en el asunto. Joer! si estaba segura de que hasta mis padres tenían una vida sexual mucho más intensa que la mía (cosa que confirmé hablando con mi padre).
Teníais que haber oído la conversación con mi padre cuando le consulté sobre el tema. Estábamos en un restaurante de eses que hasta se le oye a uno respirar de lo educadita que es la gente y lo bajito que hablan. Y en eso mi carcajada rompe el reverenciado silencio. ¿Por qué?… mi padre me había dicho que visto el problema… igual mi marido era gay. Yo no podía parar de reir. Desde luego mi padre tenía claro que el problema no era yo y «no era porque fuese su hija, pero yo estaba de buen ver»… o sea, que el problema solo podía estar en mi par.
Así que pillé por banda al bendito en cuestión y le pregunté si alguna vez se le había pasado por la cabeza tener algo con otro hombre. Flipó. Yo le insistí. Le dije que igual tenía dichas inclinaciones y todavía no lo sabía. Vamos!! ya podeis imaginarme intentando convencer a mi segundo marido de que era gay.
Él, al ver que yo estaba dispuesta a romper nuestro matrimonio por la falta de folleteo, propuso ir a terapia de pareja, y accedí… que no se dijese que yo no intentaba solucionar la cuestión. Y de nuevo ¡¡ja!!. Resulta que con la presión empezó a tener un problema añadido… y es que acababa antes de tan siquiera empezar. Yo alucinaba. Yo a pan y agua años y años y ahora resulta que tenía que tener mil atenciones con él porque el pobrecito no aguantaba la presión… Sí, la terapeuta, como parte de la terapia para el nuevo problema, le mandó comprar una vagina en un sex-shop para que practicase con ella… Con la vagina en cuestión mi segundo marido no tenía problemas, sin embargo y a pesar de todito el empeño que él ponía… no podía ni rozarme que…
Y a todo esto, parece que es que yo les pedía mucho, pero ¿es mucho una vez al día?… ya que no podían ser más… Pero es que no lo puedo evitar. Para mi los hombres son el manjar más delicioso que existe sobre el planeta Tierra. Cuanto más los pruebo, más me gustan y más hambre tengo. Me enloquece tocarlos, acariciarlos, lamerlos, besarlos, volverlos locos, y es que… soy una fiera en la cama.
Próximo turno para: M – Daniela – Activo