La envidia es el patrimonio nacional

Chelo agitaba el sobrecito de azúcar mientras hablaba y miraba distraídamente a la morocha de curvas infartantes que justo pasaba frente a la ventana del bar.

–La envidia es el patrimonio nacional, viejo. Y si no miralo a Abel. Me envidia, viejo, es evidente.

Señaló con el mentón a Abel, el escuálido mozo del bar «Asgard«. El Mocho (a quien en el bar llamaban así por su reducida estatura) lo miraba con expresión bovina sentado frente a él, mientras sorbía cortamente –valga la redundancia– su café.

–Me envidia por el dinero que tengo, por la suerte que tengo con las mujeres, por lo bien que me va en el trabajo. Y creo que también me envidia hasta por lo regordete que soy, fijate.

El Mocho miraba ahora a una rubia, más alta que la morocha anterior, con la que se había encontrado justo en la puerta de Asgard. Ambas mujeres parloteban animadamente, parecían dos amigas reencontrándose luego de meses de no verse.

–Además, no sé a quién puede gustarle ser mozo. Él dice que sí. Pero mirale los ojos: se nota clarito que tiene envidia. Y de mí. Cuando me mira me doy cuenta, yo tengo una sensibilidad especial para percibir esas cosas, nunca se me escapa. Por ejemplo, mirá a esa rubia: de un vistazo te puedo decir que no hace el amor desde hace meses.

El Mocho apartó por un instante su pocillo de la boca.

–¿Ah, sí? ¿Y cómo te das cuenta?

Chelo dejó de agitar el sobre de azúcar, lo rompió por un extremo y volcó cuidadosamente su contenido en el café, que a estas alturas ya estaría tibio. Comenzó a revolver lentamente, y lo miró con una expresión al estilo de Robert De Niro en la película Fuego contra fuego, cuando está en el bar con el policía que interpretaba Al Pacino.

–Por la forma de pararse, Mochito. Es evidente. Mirala cómo se mueve. Mirá cómo mueve las caderas mientras habla. Eso es porque sabe que estamos acá, a las minas no se les escapa nada. Sabe que estamos acá y quiere llamar la atención. Tengo experiencia en mujeres y te aseguro que esa rubia está más caliente que un volcán.

–¿Ah, sí?

–Claro, Mochito. Y mirá a la morocha que está con ella. Esos ojos claros que tiene me dicen que está por separarse, o que no tiene pareja. Es evidente.

Justo en ese instante llegó, por detrás de la mujer, un hombre que dulcemente cubrió con sus manos los ojos claros y reveladores de la morocha, objeto del análisis de Chelo. Se volvió y al descubrir al bromista lo abrazó casi de un salto, riendo. Luego, lo besó cariñosamente y se lo presentó a la rubia. Los tres se quedaron unos instantes allí, hasta que la pareja se fue hacia un lado y la rubia hacia el otro.

–Lo que pasa es que ese tipo es un pavo– espetó Chelo, sin darse por vencido. –¿No lo viste? Tenía más cara de boludo que Mister Bean. Es obvio que una mujer con un tipo así no puede estar bien. Para mí que esa pareja no dura ni lo que un suspiro.

–¿Ah sí?– dijo el Mocho.

–¡Abel! ¡Vení!– gritó Chelo. Abel se acercó mientras acomodaba alguna que otra silla torcida en el salón.

–Sí– dijo.

–Traeme… mmmm… ¿vos querés algo?– le dijo al Mocho.

–No, gracias.

–Bueno–siguió–traeme un sandwich tostado de jamón y queso. Ah, y tomate, ponele una fetita de tomate.

Abel torció la boca socarronamente.

–Será una rodaja de tomate.

Chelo miró alternadamente a Abel y al Mocho, con gesto impaciente.

–¿Y yo qué dije?

–Feta de tomate.

Lo miró con cara de Robert De Niro haciendo de Al Capone en Los Intocables cuando en la escena final lo quiere trompear a Elliot Ness.

–¿Y me podés decir cuál es la diferencia?

–Nada, que se dice «rodaja de tomate». Si querés te traigo un tostado con una feta de tomate y unas rodajas de jamón y queso… je je…

–«Je je»– se burló, con resentimiento, Chelo–andá, huevón, andá y traé lo que te pedí… rodaja de jamón y queso te voy a dar a vos…

Abel se alejó igual que como había llegado (acomodando sillas que ya estaban acomodadas) y silbando un tema de Shakira.

–¿No ves que es un pelotudo? A éste un día lo boxeo.

–¿Ah, sí?

–Sí, viejo. Me tiene podrido con la envidia ésa. Y todo porque se cree inferior, es eso. ¿No ves? Si recién ahora, a los cincuenta y pico de años que tiene, se pudo comprar una casa. Lo único que hizo en su vida fue laburar acá. Si empezó a los veinte. ¡Mas de treinta años hace que es mozo acá! ¿Qué puede significar la vida para un tipo así? Es que se van llenando de resentimiento, viejo, es eso, es evidente. Siempre viendo lo mismo, siempre el mismo laburo… eso te achata, viejo, no hay nada que hacerle.

Se produjo un silencio, quebrado por los múltiples ruidos del bar, las órdenes de pedidos de otras mesas, las conversaciones circundantes. Afuera, el tráfico bullía y el verano se desplomaba sobre Buenos Aires.

–Además… –Chelo hizo una breve pausa. Parecía haberse quedado pensando, analizando la vida de Abel. O a Abel mismo. –Además, no sé por qué siempre anda con esa sonrisita estúpida. No sé de qué se ríe, siempre. ¿Vos alguna vez lo viste preocupado al tarado éste? Siempre alegre, el pelotudo. Claro, éste es el clásico pelotudo alegre. Y eso es porque no tiene verdaderas preocupaciones, viejo.

–¿Ah, no?

–Qué preocupaciones va a tener. Si tuviera la vida que tengo yo, con los intereses que tengo que defender en mi laburo, cosas realmente complejas… con lo que es el aparato judicial en la Argentina… ahí vería y se le irían las ganas de reírse de los demás. Pero claro, envidiarme es más fácil. ¡Preocupaciones! No me jodás, Mocho.

El Mocho por primera vez lo miró fijo a Chelo. La expresión bovina no había cambiado, pero hubo cierta sombra indefinible en su expresión.

–A Abel se le murió un hijo hace 22 años. La mujer se quiso suicidar al año de eso. Pero le salió mal y el tiro la dejó paralítica. Cuadripléjica. Él y la madre de ella se turnan para cuidarla.

Chelo se quedó mirándolo fijo, con expresión calculadora. Sólo arqueó las cejas.

–Te digo que la envidia es destructiva, Mocho. Es lo peor que hay. Todo el mundo envidia al que le va bien. Pero en fin…

El Mocho miró a Abel. Acodado en el mostrador, hablaba con el dueño del bar Asgard. Reía, mostrando sus desparejos dientes sin timidez alguna.

–Bueno, Mocho, me voy.

–¿Y el tostado?– Chelo se detuvo en el gesto de incorporarse. Pensó un segundo. Se incorporó del todo, buscó unos billetes y dejó algo de dinero para pagar.

–Comételo vos, Mocho, la verdad que no sé para qué lo pedí, no tengo hambre y además ya me tenía que ir.

Llamó con un chistido a Abel, haciéndole señas de que se iba pero diciéndole que le traiga el tostado al Mocho. Salió.

Abel se acercó mirando cómo Chelo se iba. Miró al Mocho a los ojos.

–¿Todo bien? dijo Abel. –¿De qué hablaba el gordo? No paró un minuto.

El Mocho esbozó una media sonrisa.

–De la envidia– dijo.

Abel sonrió. Sus ojos brillaron divertidos.

–El gordo Chelo no puede hacer otra cosa que hablar de él, ¿no?

Ambos rieron con ganas.

–Traeme una Coca, Abelito. Para acompañar el tostado.

–Hecho– dijo Abel, y se fue acomodando sillas.

L – Juan Diego Polo – Activo

15 comentarios

Archivado bajo José de la Cruz

15 Respuestas a “La envidia es el patrimonio nacional

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  2. S -unsinagawa-

    Hola, excelente tu post. Feliz dia para ti y para todos los colegas del bloggercedario en este día especial. Un abrazo para todos.

    Me gustaría coincidir en ese bar, aunque sea acomodando sillas u otras armas lúdicas de taberna incluída la envidia jajaja.

    …Podemos intercambiar rodajas de tomates por balas de bisutería. Espero en la próxima entrega, continuar con la querella judicial de que la envidia no es patrimonio nacional único.

    No me quiero quedar ladrando solo a la luna, por acá también se cuecen habas jajaja…

    Felicidades Alejandro…

  3. N - Sonvak - Activo

    Joer…!!!! Buenísimo. Parece el texto de una novela «profesional».

  4. Impresionante, me ha tenido pegada al texto, que he leído dos veces, para cazar las expresiones argentinas, y me ha encantado.

    Que bárbaro!!!! Enhorabuena!!!!

    Besitosssssss

  5. Felicidad para todos…gran relato, muy ilustrado y como la vida misma

  6. Que envidia, siguiendo con el tema, que me provoca Don Alejandro, que bien escribe …

  7. Muchas gracias a todos por los halagos. Intentaré hablar a lo ibérico y os digo a todos dos cosas. Primero, que el relato es una suerte de homenaje a un genial humorista, historietista y escritor argentino que no sé si todos conocéis, Roberto Fontanarrosa, lamentable y tempranamente fallecido en julio de 2007. Si alguno de ustedes alguna vez ha leído alguno de sus textos veréis que mi cuento está muy inspirado en su estilo. Y segundo, esto especialmente para Montse, te digo que debí cambiar muchas de las expresiones argentinas típicas (más aún en un ambiente de café, como el descripto) porque me ha parecido que habría palabras que quizás no todos entenderían, como cuando el personaje de Chelo dice «el dinero que tengo». Un argentino (más aún un porteño) no lo diría así, diría «la guita que tengo». Como ésas hay varias. Si alguno quiere, redacto una versión 100% porteña y se la envío por e-mail, si os parece.

    Y Codeblue, me encanta la idea de este blog y el grupo que se ha formado. Gracias por el halago. Un abrazo grande a todos.

  8. Perdón, una anécdota que olvidé contarles: el bar Asgard existió y, en otro sitio, a escasos 50 metros, aún existe hoy, en el barrio porteño de Floresta. Entre los años 1987 y 1993 yo solía ir con unos entrañables amigos varias veces por semana, y viví infinidad de situaciones que atesoro en mi alma. El clima y la relación entre los personajes del cuento forman parte de un clima que veía todos los días.

    Saludos a todos.

  9. A mi me gustaría que escribieses 100% porteño, ya que resulta muy interesante conocer otras expresiones del idioma que evolucionan de forma distinta segúna las zonas donde se habla. Te comento por ejemplo, que llamarle guita al dinero, en España es muy común y suele ser utilizado en lenguaje muy coloquial, incluso jerga callejera. En todo caso estaría bien que si alguna expresión crees que no entenderíamos nos pusieses entre paréntesis el significado o con una llamada al pie de texto, sería fantástico.

  10. Codeblue, sinceramente pensé hacerlo pero creí que eso distraería la lectura. Pero ahora que lo decís lo haré, creo que tenés razón.

    Un abrazo.

  11. Aspective

    Sí, a mi también me gustaría que escribieras al 100% porteño. Ya habrá tiempo para preguntar si algo no se entiende.
    (Además me encanta el acento argentino. Cuando estuve en Buenos Aires reconozco que a veces no comprendía bien, pero sonaba bonito de verdad. Sobre todo cuando hablan ellas, je je ) 😉
    Me ha encantado el relato. Suena como decían por ahí arriba, absolutamente profesional. Mi enhorabuena. Y gracias por compartir tu talento.

  12. Aspective

    … y toda la información adicional!

  13. Nooooooooooo, Alejandro!!! Ni se te ocurra!!!!

    Con tus relatos, me viene a la cabeza ese acento argentino que me parece tan lindo. Si lo he leído dos veces y tres, es porque me interesaba y no quería perder detalle de la trama.

    Por favor, me sumo a la plataforma «100% porteño»

    Besitossssss

  14. A mi el «deje» argentino me encanta!!
    Posts así son muy ilustrativos, yo no conocía algunas de las palabras que dices, suerte que lo adaptastes un poco, pero se entiende a la perfección. En mi pueblo hay muchos argentinos, gente grande!! Que ratito de cultura me has regalado… Muchas gracias a vos!!

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