Como siempre se va, sin decir nada a nadie, sin reflejar ningún tipo de sentimiento en su mirada.
Recuerdo la primera vez que lo vi, en la calle, vendiendo palomitas de calidad sospechosa en el centro de Recife, cerca de la oficina de turismo. Al preguntar por su nombre me dijo «Eeeeemerson, tío, bem longo no início«. Lo que parecía divertido al principio me hizo reflexionar sobre la forma en la que escuchaba su nombre en su propia casa.
Eeeeemerson era un niño alegre, inocente y, gracias a Dios, ignorante. No sospechamos la crueldad de su ambiente familiar hasta que un par de años después empezó a cambiar su eterna sonrisa por una linea torcida y artificialmente diseñada.
Con mi antiguo optimismo llegué una noche a su lado para intentar encontrar el motivo de su tristeza. Lo que encontré fue la punta de un iceberg mayor de lo que cualquiera de nosotros, inocentes voluntarios, imaginaríamos nunca.
Su madre había acuchillado a su padre, al que hacía dos años que no veía. Su rostro representaba constantemente el miedo de un posible regreso del monstruo.
La sonrisa estúpida de la policía cayó como un jarro de agua fría, una expresión que dejaba bastante claro que la solución, en caso de existir, se podría encontrar en otro lado. Un caso tan común como ese no podía desconcentrar al cuerpo de policía de los asuntos «realmente importantes».
Después de la noticia de la muerte del canalla no solamente ha dejado de sonreír, ha dejado también de hablar, de bailar, de jugar… de vivir. Eeeeemerson nunca más ha repetido su «gracioso» nombre, ayuda en el proyecto como un voluntario más, sin establecer contacto directo con nadie, limpiando y preparando las actividades de cada lunes.
Una historia, por desgracia, real.
Turno para: M – Chapinita – Activo