La verdad es que cuando supe que Gonzalo había encontrado novia, sentí el cielo abierto. Yo sabía que Gonzalo estaba “coladito, coladito” por mis huesos pero era, para que nos vamos a engañar, un “desecho de tienta”.
Yo tenía a Sara por una mujer muy actual, muy libre, muy guapa y excesivamente joven para estar liada con aquel engendro, pero ¿quién soy yo para decidir el destino amoroso de las personas?
Ni física, ni mentalmente, eran para nada afines. No pude comprender en ningún momento que Sara aguantara con aquel “bicho” 3 años de felicidad, al menos de felicidad de cara a los demás.
Tuve ocasión de compartir con ellos algunas fiestas y encuentros, en alguna exposición. La sola presencia de Gonzalo, con aquellas gafas que parecían las que regalan en los cines para ver las películas en 3D, era objeto de befa y mofa para los presentes.
Aquella cantidad de aceite que se mezclaba con gomina en aquellos 17 pelos largos y mal teñidos que, literalmente, le colgaban a ambos lados de aquella cara regordeta, junto a aquellos trajes que debían hacerle ex profeso, porque imposible que se confeccionara nada con aquellas rayas diplomáticas, de varios colores, tan gruesas, tan llamativas, con aquellas solapas que parecían baberos, era un auténtico espectáculo, no sé si de circo pero de disfraces, fijo.
En fin, que os voy a contar. Ver a aquel energúmeno al lado de Sara, haciéndose carantoñas y jugando a besarse como los esquimales (nariz con nariz), en un acto público, me dejaba anonadada porque yo tenía a Sara por una mujer con una categoría, personal e intelectual, muy superior a la mía pero aquellos detalles me impactaban y sin palabras.

Mientras Sara y Gonzalo seguían su historia de amor, yo conocí de forma casual a un chico algo joven para mí pero que en principio, dado nuestro primer encuentro, jamás pensé que llegaría a tanto. Se llamaba Andrés, Andrés Velencoso. La verdad es que aquellas 6 horas de retraso en un vuelo de Iberia, nos dio para hablar mucho y congeniar.
Cuando por fin llegamos a destino, Túnez, ambos seguimos a la Isla de Yerba. El iba a hacer un reportaje de moda o algo así, no sabía exactamente a qué se dedicaba, y yo quería tomarme unos días de vaguería absoluta.
Con el paso de los meses, Andrés y yo, formamos una pareja bastante sólida y, como un año después, me pidió que me casara con él.
Empecé a preparar mi vestido –algo discreto que yo no iba a disfrazarme de helado de nata- y el resto quería prepararlo Andrés como una sorpresa para mi boda. Y en una de esas interminables conversaciones telefónicas – ya sabía que era un top-model- me habló de sus inseparables amigos Jon Kortajarena y Oriol Elcacho.
Yo los conocía de sobra porque en la estantería del despacho de Andrés, había alguna foto de ellos y una, en la que aparecían los tres, que tenía en gran aprecio y que me mostraba cada vez que hablaba de ellos.

Ambos habían venido a casa cuando pasaban por Madrid. Eran encantadores, pero como todos los top-models, algo agobiados por el trabajo y esa sensación que cualquier mujer que se les acerca, sólo lo hace por su aspecto y su dinero.
En resumidas cuentas, Andrés quería que buscara dos amigas, de esas que llamaba él “mis estupendas” , para que ejercieran de pareja de ambos. Yo estuve pensando mucho tiempo porque claramente la diferencia de edad entre Andrés y yo no había sido un problema, al contrario. Era un sueño hecho realidad para ambos.
Después de darle muchas vueltas, pensé en dos amigas. Silicongirl, Sili como yo la llamo, que inmediatamente dijo que estaría encantadísima y que salía pitando a comprarse modelazo, para estar a la altura.
Más tarde llamé a Sara pero la noté alicaída, mohina, desganada, y me dio la sensación que murmuraba por lo “bajinis”. Tanto es así que yo diría que más que alegrarse por mí, estaba a punto de llorar o partirse la caja con la noticia. Quizás la ruptura con Gonzalo le había afectado más de lo que nadie podría imaginar. Lo cierto es que tampoco le di mucha opción, me parecía que necesitaba ver caras guapas y acabó por aceptar la invitación aunque su entusiasmo brillaba por su ausencia
El día de la boda, una celebración en una finca privada, y en ceremonia civil, mis nervios estaban desquiciados. Sili, como buena amiga, me dijo que no me preocupara que ella se encargaba de ir recibiendo invitados y ayudar a que todo estuviera en orden. Además contaba con la ayuda inestimable de Jon y Oriol y de Sara, en cuanto llegara.
Una hora más tarde, vino a avisarme que ya estaban todos preparados. Andrés estaba a punto de colgarse de una lámpara, por la impaciencia, y me comentó algo que me dejó un poco a cuadros, pero que me vino bien para relajarme. Sara, al llegar, lo primero que le dijo fue: vengo a darle el pésame. Intenté averiguar el motivo pero no había tiempo. Sili me dijo que no habría podido olvidar a Gonzalo y estaría aún tocada por el asunto. En fin, no le di mayor importancia, pensando que más tarde, junto a Sili, Oriol y Jon, pasaría una velada fantástica, que después de 3 años con Gonzalo, ya se la había ganado con creces.
Cuando bajé de mi habitación y entré bajo la carpa preparada al efecto, al pasar al lado de Sara, me dijo a voz en cuello: Que Dios te conserve la vista porque lo que es el gusto…..
Casi se me cae el ramo al suelo, pero al volver la cabeza, Andrés estaba allí, alto, guapo, sonriente, imponente, extendiendo su mano hacia mí y se me olvidó hasta mi nombre.
Llegué a la altura del alcalde que iba a oficiar la ceremonia, pero antes de empezar, Andrés me besó delicadamente en los labios, cogiendo mi cara con ambas manos, y en ese preciso momento, oímos un estruendo y un revuelo. Sara había caído a plomo en el suelo y estaba pálida como la cera.
Terminada la ceremonia, me comentaron varias cosas de Sara. Unos decían que estaba sorprendida porque pensaba que el novio era otro, otros decían que había sido una bajada de tensión, en fin, en estos casos hay tantos diagnósticos como invitados.
La vi y lo único que me llamó la atención es que al acercarme a saludarla e interesarme por ella, se puso como un tomate «reventón», mientras me abrazaba y balbuceaba, pero no conseguí comprender nada. Era lógico, después de un desmayo, la muchacha estaba algo desconsolada pensando que habría «desmerecido» la ceremonia. Nada más lejos de la realidad. Eso le puede pasar a cualquiera y Sara no era una extraterrestre (aunque sus 3 años de noviazgo con Gonzalo, lo comentamos mucho. Siempre pensamos que la había abducido como si de un alienígena se tratase)
Seguimos Andrés y yo, recorriendo las mesas, saludando, uno por uno, a todos los familiares y amigos que habíamos reunido.
En la mesa de los amigos, había una pequeña disertación entre Sito, José Luis y Aspective. Éste último, mientras yo me aproximaba, dijo algo que me dejó a cuadros:
El próximo que se casa soy yo. Ya le he dicho a Sonvak que en cuanto vayan a tirar el ramo, luche con uñas y dientes para quedarse con el ramo, porque Sonvak y yo, somos el uno para el otro.
Próximo Turno: O – Aspective – Activo
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