Archivo diario: 27 enero 2009

Se lanzó hacia el vacío

«¿Por qué todo el mundo me dice que estoy loco? ¿Por que no entienden que todo esto tiene un gran sentido para mí?»

Jorge no podía quitarse de la cabeza la idea «Es como saltar al vacío».

Pero… ¿así?

Saltar al vacio

Intento no darle demasiadas vueltas a ello, así que hizo lo que tenía que hacer. Se dio una ducha, se vistió, cogió el dinero y las tarjetas de crédito y salió a la calle.

Cogió el bus que iba a la zona de centros comerciales y tiendas de todo tipo y de camino compró el Marca para no seguir pensando en el tema. Sin embargo, hasta en el periódico deportivo salía una foto de alguien en su situación…

«Vaya, ahora a todo el mundo le ha dado por dar el gran salto» Cerró el periódico y se bajó en su parada.

Entró en varias tiendas, compró la ropa necesaria para «lanzarse al vacío», asunto que resultó complicado al ser un tipo de ropa bastante especializado. Después hizo un par de llamadas para reservar el lugar y el personal.

«Bueno, ya está hecho, mañana será el gran día»

Y así ocurrió… llegó el día y se lanzó hacia el vacío (pinchad en el link para ver la imagen)

Y es que me pregunto… ¿tanto cuesta decir un sí, quiero?

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Te quiero hacer el amor

Julián era un hombre con una vida tranquila y monótona. Tenía un trabajo sencillo aunque de responsabilidad. Vivía solo y acostumbraba a contratar todos los viernes por la tarde los servicios de Anabella, una prostituta de la ciudad, de las pocas que estaban dispuestas a trasladarse al apartado hogar de Julián por la mismta tarifa.

Sin embargo, aquel viernes, Anabella estaba ocupada, había un congreso en la ciudad que requería toda su atención, ejecutivos infieles solventes, era un dulce demasiado suculento como para hipotecar la tarde con Julián. En su lugar, envió a una chiquita morena, de 20 años que comenzaba en la profesión. Su nombre artístico, Noveulle.

Ya en el cuarto con Julián, Nouveulle le explicó que ella se encargaría esta vez de satisfacer sus necesidades, y justificó la ausencia de Anabella. Como siempre, Julián encendió la tele, la invitó a una copa de vino y tras contemplarla lentamente le susurró con vergüena:

– Eres una Diosa, eres lo más bello que he visto en mi vida. Tú no eres como Anabella, contigo quiero hacer el amor.

Absolutamente absorto con la hipnosis que le provocaba la belleza de Nouveulle, comenzaron a desnudarse y a tocarse. Julían cogió en volandas a aquella preciosa chica y se la llevó hasta la cama. Estaba tan excitado que apenas alcanzó a oír el ruido de la televisión. Pero si que distinguió dos palabras: «tragedia y el nombre de su pueblo». De repente despertó del estado de excitación en el que se encontraba y corrió hacia el aparato de tv, subió el volumen y horrorizado contempló como habían interrumpido la programación para hablar de una tragedia con más de 150 muertos. Sin tiempo que perder subió las escaleras de cuatro en cuatro hacia el cuarto de arriba, y cuando llegó observó horrorizado que el cuarto se encontraba a oscuras. No pudo reprimir la sensación de vergûenza y odio que sintió hacia si mismo y se lanzó hacia el vacío.

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Si te haces mayor de repente

No me importa lo que miren las mujeres en los hombres, no me importa lo que Lucy mire en los hombres, ni lo que mire o no mire en mí: sólo quiero disfrutar este momento. No vayas a cantar un bolero, Carlos, aguántate… No espantes ahora a esta mujer que te abraza así. No espantes este momento de luz en tu vida gris, en tu vida amorosa gris, gris como este suelo que pisas y como las miradas de todas las otras mujeres que te han dicho «vengo luego» y que no han aparecido más, nunca más. No sueltes a Lucy, Carlos, no la sueltes, deja que tus brazos la sostengan por segundos, por minutos, por horas si esta bendita mujer quiere, si esta bendita mujer quiere quedarse así, tan pegada a ti como no cabe una hoja de álamo entre los dos. Huele su pelo, huele su cuello, huele sus lágrimas que suelta en tu hombro y que mojan tu camisa, la misma que te quitaras ahora junto con todo tú si ella te lo pidiese. No te asustes si el tiempo pasa y no le importa que están en un bar, en tu bar de siempre sin ella pero con ella ahora, toda tuya. No te asustes si te haces mayor de repente y oyes de sus labios, esos que tanto besaste una vez, decirte que la vida no tiene sentido si no la acompañas a casa, a donde ella diga, al fin del mundo a hacerle el amor hasta curarte una por una las veces que quisiste llorar por ella y no lo hiciste por macho insensible, por macho herido que no debe ni puede llorar por una mujer. No la dejes ir, Carlos: ahora es tu ahora.

Carlos ya no sabía qué más decirse a sí mismo. Su respiración era atropellada y entrecortada, la misma que se le escapó cuando bailó con Lucy aquel bolero innombrable que le sugirió que esa era la mujer de su vida, en la primera fiestecita a la que fueron siendo aún unos chiquillos. ¿Por qué rayos había que decirles a las mujeres tanto si sus ojos ya hablaban demasiado? ¿Es que Lucy nunca se fijó en ellos? Qué cobarde, Carlos, ¿por qué guardar tanto tiempo el aluvión de amor que sientes por ella?

– Lucy… no quiero que te me vayas… ven conmigo… vámonos de aquí -se decidió al fin.

– Ay, sí, Carlos, que ya la música está llenando esto… -contestó Lucy bajito, sin separarse de él.

Ya Carlos le iba a preguntar de qué música se trataba pero no, pudo contestarse a sí mismo. Mientras él cavilaba amoríos, el combo que venía a tocar al bar todos los viernes se había instalado, empezado a afinar los instrumentos y acumulado en la puerta de la calle a toda suerte de curiosos y curiosas que movían sus cuerpos y sonrisas pidiendo el ritmo deseado, sin que Carlos lo hubiera notado siquiera.

Bailando en la calle

Dejó un billete de diez pesos encima de la barra, agarró la mano izquierda de Lucy y se encaminó a la puerta del bar sorteando las mesas sin orden alguno, pensando «No me sueltes, Lucy, que te quiero hacer el amor«.

A – Codeblue – Activo

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