Sin duda todo un misterio. Partiendo de la base que generalizar nunca es bueno, ni justo, pienso que las mujeres venden muchas veces una idea pero en el fondo es otra bien distinta. Y me refiero a todas, sí, sí, generalizo porque aunque no es bueno, en esta ocasión no creo que sea tan injusto, pues desde la más puritana, hasta la más liberal, yo creo que en el fondo, y en algunas de ellas tan en el fondo que ni siquiera lo saben o admiten, todas miran dos cosas fundamentales: el morbo y el dinero. No necesariamente juntas, quiero decir, en ocasiones es poderoso Don Dinero quien resulta decisivo y en otras es solo la situación o las circunstancias morbosas las que desatan pasiones. No me voy a quedar en una opinión, voy a intentar demostrarlo, y para ello me voy a apropiar de una graciosa e ingeniosa historia que circula por los emails de medio mundo (así que posiblemente muchos ya la conozcáis):
«El morbo de ella y el ingenio de él»
Laura y Javier eran un matrimonio convencional. 14 años desde que intercambiaron anillos y 4 más de noviazgo era su historial como pareja. Como en otros muchos casos, Javier, era un afanado ejecutivo que pasaba poco tiempo en casa y Laura trabajaba como traductora ocaisonalmente y bajo demanda. La relación había llegado a un punto que se había tornado en rutina y aburrimiento. Aún así, Javier tenía sus alicientes, las partidas de golf, alguna escapada con los amigos, y sobre todo trabajo, trabajo y más trabajo… se había visto atrapado por una ambición que no tenía límites. Por su parte, Laura, se conformaba con mantener la apariencia social, su gimnasio, su círculo de amigas y su insaciable necesidad de consumo, zapatos, ropa, complementos, todas las semanas aumentaba su fondo de armario.
Cierto día, apareció en escena un antiguo amigo de la universidad de Javier. Su nombre Héctor. Toda la vida había sido lo que muchos conocen como picaflor (mujeriego). Para celebrar este encuentro, Javier organizó una cena con su amigo, pero Laura se enteró y se apuntó movida por una extraña sensación de deseo, ya que también lo conocía de la universidad y sentía curiosidad por ver como había evolucionado aquel chico que se tiraba todo lo que se movía.
En el restaurante Venecia en Madrid, los tres disfrutaban una agradable velada. Javier no dejaba de contar antiguas historias, que Héctor escuchaba con falsa emoción, y Laura cada vez estaba más abrumada por el sentimiento de deseo que la sonrojaba. Tras un intenso menú degustación y dos botellas y media de un fresco y rico Lambrusco, Javier se ausentó al baño. Fue entonces cuando Héctor fijó su atención en Laura y le preguntó:
– ¿Cómo consigues mantenerte tan joven y bella querida Laura?
Ante semejante piropo Laura demostró su excitación con un movimiento torpe que provocó la caída de su tenedor. Héctor amablemente se agachó por debajo de la mesa para recogerlo y Laura sin saber cómo, notó como sus piernas se abrían por una fuerza oculta que le susurraba en su cerebro: «provócalo», «provócalo».
Héctor, tras tomarse su tiempo para recoger el tenedor, volvió a levantarse y miró a Laura con una mezcla de asombro y picardía. Sin saber cómo ni por qué, Laura le dijo:
– Puede ser tuyo por 500 €. Si aceptas mañana por la tarde en mi casa, Javier trabaja hasta tarde.
Javier volvió del baño y la cena finalizó sin más sobresaltos. Héctor, de camino al hotel iba pensando en la proposición tan sorprendente que le había hecho Laura, pero cuando llegó a la puerta del Hotel ya tenía de sobra decidido que iba a aprovechar la oportunidad, al fin y al cabo hacía más de 15 años que no veía a Javier, y eso ya no es amistad.
Al día siguiente por la tarde, Laura fumaba un pitillo sudorosa y todavía excitada. La fama de Héctor no era una leyenda, era un amante como pocos, y una persona formal que cumplió su contrato. Sonreía mientras veía los 500 € en la mesilla de noche. Había tenido varios orgasmos como ya no recordaba, y es que el morbo de tirarse a un amigo de su marido y de cobrarle era algo que nunca había experimentado.
Por la noche, cuando Javier llegó a casa, Laura lo esperaba con una cena deliciosa, el sentimiento de culpabilidad es lo que dicta. Por si acaso se huele algo hoy voy a ser la mejor esposa del mundo.
Ya cenando, Javier le dijo:
– Ah, por cierto, estuvo aquí por la tarde Héctor verdad?
– ehh… ¿Cómo dices? – apenas consiguió balbucear Laura.
– ¿Que si estuvo Héctor por la tarde en casa, tenía que darte 500 €, no vino?
Laura no sabía que decir, estaba tan atemorizada, que apenas logró decir que si con un movimiento de cabeza lento y miedoso.
– ¡Qué majo es! – exclamó Javier – y que cumplidor, esta mañana pasó por la oficina para pedírmelos y me aseguró que por la tarde pasaría por casa y me los devolvería. Es gente de fiar.
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