Archivo diario: 10 diciembre 2008

Pues entre mis manos tenía el pene más precioso que había visto en mi vida.

Sí, era realmente precioso. En textura, color, sabor, dimensiones… era lo que siempre habría definido (no me atrevía a decir soñado) como un pene perfecto. Pero tenía un ligero inconveniente: No había forma de que se pusiera en marcha. Aquella maravilla descansaba, suave y flácida, en mis manos, sin erguirse a la conquista de los territorios que yo le pensaba facilitar. Y desde luego en esa posición no iba a conquistar absolutamente nada.

Despacito, con dulzura, desplegando todas mis habilidades, recurrí a  las artes que sabía, o mejor dicho recordaba, pues hacía mucho tiempo que no me veía en una igual… Sin ningún efecto. La tristeza seguía enseñoreándose del hermoso miembro y yo ya no sabía que hacer.

Miré a la cara a aquel guapísimo moreno. Esperaba escuchar algún tópico del estilo “es la primera vez que me pasa” “no sé que ha podido suceder” o excusas tradicionales  echándole la culpa a las copas o el estrés. Sin embargo, me tropecé con su mirada algo socarrona, mientras continuaba con su dulce sonrisa:

– Y ahora ¿qué vas a hacer?

Me quedé parada y sin pretenderlo se me escapó:

– Yo?

– Sí cariño, sususurró con su acariciadora voz. Es un tema de los dos…

Me quedé confundida. Y me mosqueé ligeramente. Toda la magia del momento se había desvanecido. “Aquello” no funcionaba y ¡me preguntaba a mí qué iba a hacer yo! Sin embargo, por un momento, me pudo la inseguridad y le pregunté:

– Es que no te gusto? ¿No me deseas?

– Si, preciosa, claro que te deseo. Eres una mujer hermosa y estoy desenado hacer el amor contigo…

– Entonces…? indagué algo confundida.

Yo, a falta de experiencias prácticas en los últimos años, había leído concienzudamente todas las revistas que habían caído en mis manos durante estescarlett-johansson-cosmo-011 tiempo y me había informado. Sabía que ellos debían ser pacientes al principio, sin ir directamente al tema, y que tenían que encenderme poco a poco, a mi ritmo, como a mi me gustaba. Que ellos sabían que esos largos prolegómenos de caricias, besos, arrumacos y dulces palabras eran la mejor llave. Que debían conocer cómo investigar sobre la marcha qué caricias me gustaban y cuáles encontraba demasiado directas, agresivas o vulgares. Ellos tenían que adivinar en qué momento me apetecía continuar con esos amables lametones, cuando succionar, apretar, morder o cuando no, cuándo era doloroso y cuándo placentero. Debían reconocer cuándo estaba preparada y esperaba que se introdujesen en mí. Y si ese día me apetecía y necesitaba suavidad y lentitud o estaba preparada para algo más agresivo y salvaje. Yo sabía que ellos debían localizar ese punto G sobre cuya existencia los estudiosos no se ponían de acuerdo. Y encontrar la postura, y el ritmo que me apetecían y saber cuándo cambiarlo o no.

Todo eso lo debían saber ellos, porque sino, no serían buenos amantes, no estarían satisfaciendo mis necesidades como mujer. Lo decía el “Cosmo” y si lo decía era cierto.

Sin embargo también era verdad que yo, realmente, no tenía ni idea de cómo debía reaccionar para encender a un hombre. En el fondo, siempre había pensado que eran como autómatas. Que con que yo insinuara, mirara, o les permitiera vislumbrar la más pequeña parte de mi anatomía se podrían en marcha, burros como decía mi madre, y yo solo debería tenderme, relajarme, abrirme, y esperar a que me proporcionasen placer. Y si me apetecía moverme un poco pues mejor que mejor. O cambiar la postura según me gustara más.

Pero, y ahora lo pensaba, no sabía qué hacer en un caso así. Lo único que se me ocurría es que yo no le gustaba o que él fallaba. No conocía su sicología. Y también era verdad que si me tocase a mí ser más activa, estaba perdida. ¿Sabía utilizar la boca? Bueno, sí, de forma un poco automática y con muchas dudas, siempre igual, pero… sí. Y, cierto, no sabía usar mis músculos vaginales, ni como apretar o succionar con ellos. Nunca me había preocupado de aprender nada. ¡Ellos debían saber, no yo! Lo decían las revistas, la radio, los dominicales, los blogs… “Ya pasó la era de la mujer objeto en la cama” “Exige tus derechos al hacer el amor” Les tocaba a ellos ahora aprender ¿no? Es cierto que no sabía que movimientos podían gustarles más, ni… Pero, ¡que coño! ¡Era un gigoló! ¡Si no se le levantaba era su problema…! ¡Era yo la que había pagado por sexo!

P – Montserratita – Activo

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Que poco dura la felicidad…

«Que poco dura la felicidad…» pensé, mientras contemplaba a aquel tipo tan guapo, tendido desnudo a mi lado.

Habíamos quedado tras una llamada por mi parte, consultando sobre sus servicios…

Recuerdo la sorpresa cuando lo vi en la cafetería…  No esperaba que fuese tan tremendamente atractivo… De hecho yo iba convencida de que aquella especie de cita iba a ser un fracaso, y no me esperaba que sucediese precisamente lo contrario. Él había llevado la conversación de tal manera que me hizo sentir totalmente cómoda a su lado… flipada y cómoda. Y dándole vueltas a la cabeza, claro. Yo lo miraba, lo requetemiraba, observaba sus ojos, sus labios, su sonrisa, como gesticulaba con sus manos, y no podía más que sentirme atraída.

Y entonces soltó la pregunta:

Bueno, llevamos aquí unas tres horas charlando, ¿qué hacemos? -me miraba fijamente, esperando mi respuesta. Pero ¿qué demonios iba a responder yo?… jolines… ¿es qué no podía ponérmelo él un poquito más fácil?.

Justo en ese momento sentí que me estaba poniendo colorada. Oh, Dios, y si lo piensas, que te estás poniendo colorada, pues aún te pones más… lo cual redunda en una vergüenza todavía mayor. ¡¡Porras!! ¿por qué no podía ser yo una mujer de mundo?.

Eh?… no respondes… ¿te ha comido la lengua el gatito? -la sonrisa en su cara era maliciosa… ¡¡claro!! estaría todo lleno de razón porque yo estaba colorada!!…

Pues no sé que podemos hacer… -y esa era mi perdida voz que parecía haber encontrado el camino de retorno a mi garganta.

-¿Nos vamos al motel? -lo soltó así, tan de golpe que me atraganté con mi propia saliva. ¿Al motel? ¿directamente? ¿sin más?… joer!!!. Bueno, claro, era un prostituto… ¿qué pretendía yo? ¿qué me cortejase antes de hacer el intercambio comercial?. Venga, chica, échale cataplines.

Vale -genial!! la voz no me había fallado, aunque seguro que lo que me iban a fallar eran las piernas cuando me levantase de la silla para marchar.

-¿En mi coche o en el tuyo?

* * *

La puerta del garaje del motel se estaba cerrando tras el coche. ¡¡Ay, Dios!!. Subimos las escaleras y entramos en la habitación, bastante normalita, que había que ahorrar en la transacción.

Él me sirvió una copa de champán y se encargó del hilo musical… y de la luz, que se podía graduar en intensidad. El chico, muy sabio y versado en el tema, enseguida creo un ambiente propicio para el tema en cuestión.

Se acercaba hacia mi, y ni me dí cuenta de que yo estaba retrocediendo hasta que mi espalda dió contra la pared, lo cual me sobresaltó.

Relájate, no estés nerviosa -su voz era casi un susurro, mientras su mano me acariciaba el pelo- mírame.

Caray!! pues sí que saben mirar los gigolós… Un dedo suyo estaba rozando ahora mis labios, con mucha suavidad. Me resultaba imposible mantener su mirada, y, sin querer, bajé la vista a sus labios, lo cual él debió interpretar como una invitación a que me besara. Bueno, a lo mejor es que los gigolós saben algo de psicología femenina o del lenguaje del cuerpo, yo que sé. El caso es que me besó.

Este chico era una caja de sorpresas. Su beso era tan dulce como si en realidad fuésemos una pareja de enamorados… ¿o sería que yo no le ponía lo suficiente como para que me besase con pasión?. Estaba succionando mis labios, mordisqueándolos… y entonces sentí su lengua en mi boca y apretó el acelerador.

Sentí su «cuerpo duro» apretado contra el mío, y de repente fuí consciente de que todavía sujetaba la copa de champán en mi mano… aunque también fuí consciente de otra cosa… una que se movía serpenteante bajo mi camisa: su mano. Esa mano hacía que sintiese un vacío en el estómago, tan ligera era su caricia, hacía que sintiese débiles las piernas y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

De repente, debió parecerle que había demasiada ropa por medio, que comenzó a desabrocharme la camisa, aunque sus labios seguían ahora por mi cuello, enviando regueros de placer. Y por arte de magia mis manos (dejé caer la dichosa copa de champán) se pusieron en acción comenzando también a desabrochar su camisa.

Oh, Dios existe, y es misericordioso!!… Aquel vello que él tenía en el pecho me parecía el mayor de los afrodisíacos… ¡¡Vírgen Santa!! pero que placer tocarlo, que placer sentirlo, me daban ganas de frotar mi cara contra él, al igual que un gatito contra el pantalón de su dueño… Hablando de pantalones, me di cuenta de que mi mano reposaba en la cinturilla del suyo. No podía respirar…

Espera, espera, para -y milagrosamente se detuvo.

-¿Qué ocurre? -sus ojos estaban nublados por el deseo, y su voz alterada a causa de la respiración entrecortada. Apoyó una mano en la pared a mi espalda y con la otra recorría mi barbilla, mirándome. Esa mano bajó por mi cuello, al igual que su mirada, siguiendo el camino que mi camisa ya desabrochada dejaba al descubierto.

Y esta vez fuí yo la que le agarré la cabeza a él para besarlo. Caray!! no podía tenerse un pastel así al alcance de una y no devorarlo. A la porra la vergüenza, los prejuicios, la moralidad… Probablemente no volvería a verlo nunca más, así que mejor nada de hablar y ponerse a la acción.

La ropa se la quité al igual que si estuviese quitando el papel de un regalo… y yo no era paciente haciendo tal cosa… o sea que, la ropa voló por los aires y me quedé contemplando su desnudez… Bueno, no es que me quedase mucho contemplando, no iba a poner el modo pausa en ese momento de la película… Pues entre mis manos tenía el pene más precioso que había visto en mi vida.

O – Aspective – Activo

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Aquel día se libraría de su eterno trabajo

Al menos así se lo pensaba la ingenua Inocencia, cuando la mañana víspera de navidad, su adorado Alberto con cara de tristeza le ha informado, que su madre no vendría a la cena navideña. Poco podía hacer para acallar su contento, pero era menester disimular ante el triste marido y consolarse por la ausencia de aquella encantadora suegra.

Aquel día se libraría de su eterno trabajo de fin de año, no tendría que recorrer la casa extremo a extremo con el plumero en la mano, buscando hasta la última motita de polvo que el ojo de halcón de la suegra vería al momento.  La cena ya iría bien, al menos esta noche no estaría bajo el escrutinio de doña Furibunda del Pozo, dama muy querida por el hijo, hombre adorable que no tenía más defecto que aquella doña Furibunda, a quien tan bien le sentaba el nombre.  Esta vez sí se había librado!

Llegada la noche, Alberto se había consolado con su película de acción en la televisión, quizá olvidado momentáneamente de su querida mamá.  Inocencia daba los últimos toques a la cena para  dos, se pensaba que no había preguntado el por qué de la ausencia de doña Furibunda, tan contenta se había puesto con la noticia.  Y ni caso valdría averiguarlo ya, seguro la vería el año venidero.

Prestos estaban ya para sentarse a la mesa bellamente decorada, todo lucía esplendido, las velas, las copas, el pavo, esta si era una buena noche, cuando ha sonado el teléfono inoportuno, seguro alguna amigueta para desear feliz velada…

¡¡¡¡ Hola!!! ha saludado la contenta Inocencia

¡¡Pásame con mi hijo, babosa!! rugia como siempre doña Furibunda, al otro lado de la línea

Sin duda la suegra quería desear feliz velada al hijo, pensaba la nuera, mientras le pasaba el auricular…

¡¡¡Mami!!! saludaba el hijo contento y cariñoso

Colgar  y tomar el abrigo felíz como una pascua, sin casi decir nada más que…

¡Voy por mamí al aeropuerto, ha conseguido venir!

Atónita la pobre Inocencia, no podía más que pensar en, que poco dura la felicidad.

N – Sonvak – Activo

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