Archivo diario: 8 diciembre 2008

El poder corrompe

«El poder corrompe«.

El candidato a presidente del club universitario leyó el reverso de su propia tarjeta personal de presentación con un dejo de sorpresa. La letra era clara, armónica, abundante en curvas. Parecía escrita por alguien con carácter frontal. Tenía algo de femenino, aunque no se hubiera podido asegurar si la frase había sido escrita necesariamente por una mujer.

Pensó quién le habría dejado esa tarjeta, en qué momento, cómo. Su oficina permanecía cerrada cuando no estaba y él era el único que tenía llave.

«El poder corrompe«.

Leyó varias veces la frase. No acertaba a adivinar quién podría haber dejado esa tarjeta ahí, aunque más lo inquietaba el comprobar que la oficina no era tan segura como el viejo Zabala le había asegurado.

Estaba módicamente molesto. Si bien no utilizaba la oficina para guardar nada de valor ni nada que contuviera información confidencial, ciertamente era un inconveniente comprobar que alguien más tenía llave pese a que dos días antes había hecho cambiar la cerradura o que, de cualquier forma, habían logrado violarla.

«El poder corrompe«.

La frase era taxativa, lapidaria. Su asertividad no dejaba lugar a dudas. El candidato no podía evitar sentir su tono implícitamente acusador, su espíritu casi amenazante, la sensación de sentirse observado por unos ojos anónimos pero presentes.

El candidato había hecho de las promesas de saneamiento económico y moral, y de lucha contra la corrupción en cualquiera de sus formas, los ejes de su campaña. Estaba sinceramente resuelto a terminar con esas rémoras, que tanto mal, decía, habían hecho en la confianza de los afiliados a la institución.

Pensó, simplemente, que la maniobra sería autoría de alguien del grupo de sus opositores. No le gustaba, sin embargo, la modalidad. Había como algo fuera de lugar, fuera de tono en el tipo de acción elegida. Como si la intensidad del mensaje y su espíritu amenazante no correspondieran a su verdadera posición ni relevancia, aún como candidato a la presidencia del club de una universidad de renombre internacional.

Hastiado de darle vueltas a la situación, resolvió dos cosas. Primero, intensificar los controles y la vigilancia. Alguien había logrado entrar a su despacho y dejar una de sus propias tarjetas de presentación con un mensaje escrito en el reverso. Eso no podía suceder otra vez. Segundo, romper la tarjeta en dos.

Los dos trozos cayeron dentro del cesto de la basura, mezclándose con papeles arrugados y servilletas sucias. La mañana transcurrió sin otros sobresaltos. Luego, salió y apagó la luz.

Nadie pudo verlo, pero ambos pedazos de la tarjeta brillaban débilmente en la oscuridad.

Veinte años más tarde, el ahora candidato a presidente de la nación enfrentaba serias acusaciones de sus opositores de haber recibido contribuciones económicas de sectores non-sanctos y de haber favorecido, durante su anterior gestión como diputado, contratos con empresas muy cuestionadas por grupos ecologistas. El tema había tomado estado público en los medios masivos de comunicación y sus posibilidades de ganar las elecciones estaban seriamente amenazadas.

El candidato entró a su oficina y descubrió, sobre su escritorio, una antigua tarjeta personal suya rota en dos pedazos. Tomó uno y lo volteó. Se leía «rrompe.» En el otro, «El poder co«.

Fue lo último que vio antes del paro cardiorrespiratorio que se lo llevó de este mundo.

Nadie encontró ninguna tarjeta rota junto a su cuerpo.

L – Juan Diego Polo – Activo

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